Para que por lo menos algunas empresas dominicanas sean competitivas, es ineludible combinar políticas de fomento productivo con otras de innovación, desarrollo tecnológico y aseguramiento de la calidad, tomando en cuenta los requerimientos y estándares internacionales.
Un buen ejemplo de cómo el sistema nacional de la calidad podría ayudar a determinados sectores a ser más competitivos es el de la industria láctea dominicana. Por su volumen de producción, importaciones, contribuciones a las finanzas públicas, empleomanía y efectos multiplicadores, este importante sector económico debería estar a estas alturas de alguna manera incorporado a las grandes cadenas de valor globales, compitiendo en buena lid con los productores centroamericanos y americanos, a quienes corresponde cerca del 44% del total de las importaciones de lácteos.
La realidad es bien distinta. En solo ocho años (2007-2015) el país acumuló un déficit comercial con Centroamérica y Estados Unidos en el sector lácteo y derivados de US$490.9 millones, alcanzando las exportaciones apenas US$13.1 millones (con una alta concentración en dos empresas).
La desgravación total en el marco del RD-CAFTA implicaría un incremento aproximado de las importaciones de más de 12%, correspondiendo la gran tajada los Estados Unidos y Costa Rica.
Esta realidad plantea la necesidad de pasar de las huelgas en busca de subsidios a la producción primaria de leche cruda de vaca, a revisar los buenos ejemplos de la región, como son los de Uruguay o Costa Rica.
En estos países, la ganadería de leche mantiene una sólida alianza con el eslabón industrial y el sistema nacional de la calidad, jugando el Estado un rol estelar. Basta señalar un resultado: en el caso de Uruguay, las exportaciones alcanzan el 70% de la producción nacional, detrás solo de Nueva Zelanda, líder mundial.
Logros tales no caen del cielo. Uruguay diseñó una política de calidad para la promoción del sector que ya cumple 66 años, haciendo énfasis en los aspectos más cruciales del desarrollo competitivo del sector.
Dos hechos sobresalen: el establecimiento del Sistema Nacional de Calidad de la Leche (1997) y las políticas implementadas, tanto a nivel nacional como industrial a partir de 2002. Entre las intervenciones se destaca la ejecución del programa de pago por calidad, sujeto a criterios vinculados con el recuento bacteriano y de células somáticas y, naturalmente, a los porcentajes de grasa y proteínas.
Lo primero es que el sector primario de la leche debería repensar sus objetivos y estrategias para alcanzarlos. En estos tiempos, la pobreza y las condiciones lamentables de los pequeños predios ganaderos no pueden servir ya de pretexto para mantener los subsidios a un subsector que, comparado con sus iguales de la región, sigue estando penosamente varado en un atraso secular. Se requiere de un enfoque estratégico sistémico del desarrollo de toda la cadena de valor de la industria que se acompañe de un programa de acción de mediano y largo plazo abarcador, ambicioso y retador.
Sus metas primordiales serían, entre otras, la mejora de la calidad, el aumento de la productividad, la garantía de trazabilidad de las mediciones, el incremento de las ventas a las plantas industriales, el establecimiento o la revisión de la normatividad técnica necesaria, la mejora de los precios y los beneficios de los productores en función de la calidad certificada, y la diversificación sostenida de la canasta de productos lácteos.
En la próxima entrega, veremos cómo el Laboratorio Tecnológico de Uruguay (LATU) ayuda a la industria láctea a incrementar sus exportaciones y a ser cada día más competitiva.