Se ha asociado siempre la responsabilidad del cuidado de la familia y del trabajo doméstico a la mujer. En pleno siglo XXI, subsiste la percepción de que la mujer es más apta para la labor a lo interno del hogar, sin considerar que más que una predisposición biológica, se trata del resultado de un condicionamiento social.
La feminización del cuidado es una de las expresiones más claras de los estereotipos en la asignación de roles en base a género, quedando arraigada en nuestras culturas la idea de la mujer como cuidadora y del hombre como ente de producción.
El Banco Interamericano de Desarrollo (BID) ha señalado que es más probable que las mujeres trabajen en el sector informal y que dediquen al menos el doble de tiempo que los hombres a las tareas domésticas no remuneradas y al cuidado de otras personas.
En consecuencia, cuando retomamos el enfoque del impacto de la mujer en el desarrollo económico y social, nos volvemos a encontrar en una situación de desventaja en la cual la capacidad productiva de la mujer se ve afectada por la carga contraída de cara al cuidado de la familia. Más aún, esta responsabilidad limita la posibilidad de superación personal y profesional de la mujer, quien dispone de menos tiempo para su capacitación y disponibilidad laboral y termina siendo discriminada en ese mercado.
Sin embargo, lo cierto es que el cuidado de la familia asumido por la mujer es indispensable para el desarrollo. En ese sentido, esta carga desproporcionada refleja carencias institucionales y la incapacidad del Estado de suplir las necesidades de cuidado requeridas.
Al mismo tiempo, el hombre queda socialmente indispuesto para cooperar con estas tareas ya que se considera que no cuenta con las herramientas básicas para asumirlas. Revertir el estatus actual no será sencillo, pero tampoco imposible.
Por un lado, debemos continuar con los esfuerzos de desmitificación de roles como estrategia para la construcción de una sociedad más justa, pero a la vez más rentable. Por otro lado, es necesario abogar por la adopción de políticas sociales que velen por la creación de espacios adecuados para el cuidado de los dependientes, aumentando posibilidad de inserción laboral y la potencialización de la capacidad productiva de la mujer.
Cuidar cuesta. Y esa cuenta la paga la mujer.