Cuando se define el concepto de “hambre”, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) dice lo siguiente: “es una sensación física incómoda o dolorosa, causada por un consumo insuficiente de energía alimentaria. Se vuelve crónica cuando la persona no consume una cantidad suficiente de calorías (energía alimentaria) de forma regular para llevar una vida normal, activa y saludable”.
Les tengo una mala noticia: En América Latina hay más de 56 millones de personas en una situación de hambre, es decir, un 30% más que las 43 millones que había en 2019. Estos datos fueron dados a conocer por subdirector general y representante regional para América Latina y el Caribe de la FAO, Mario Lubetkin, quien destaca que la cifra representa un aumento de un 30% respecto 2019.
Si hay más gente pasando hambre en nuestra región latinoamericana es porque, seguramente, aún los efectos de la pandemia no han pasado. ¿Y cuáles son esos efectos? El principal es la inflación, que aumentó a niveles históricos en todo el mundo, principalmente por la política restrictiva aplicada por los bancos centrales luego de un período largo de flexibilidad en las tasas de interés con el objetivo de darle liquidez a la economía.
La inflación es una consecuencia, por el lado de la política monetaria y el entorno macroeconómico, pero, al mismo tiempo, una causa del hambre, ya que le quita poder adquisitivo a la población, limitando la posibilidad de acceder a alimentos suficientes y de calidad.
La sequía, por el lado de la naturaleza, también ha sido severa en la región. Las lluvias no han sido suficientes. Lubetkin propone “prevenir lo previsible y mitigar lo mitigable” para preparar a los pequeños productores y a la agricultura familiar de un escenario que “puede afectar terriblemente”, una situación para la que los gobiernos y las instituciones internacionales tienen que prepararse para ayudar económicamente.
Si la actual realidad no es enfrentada con políticas de corto, mediano y largo plazo, entonces vendrán las consecuencias de no haber actuado a tiempo. Cuando un ser humano se encuentra en una situación de inseguridad alimentaria severa hay una explicación simple: se ha quedado sin alimentos y ha pasado un día o más sin comer. Lo dice la FAO y lo creo.
De acuerdo con el Banco Central, en su informe sobre la economía para el primer trimestre de este año, en adición, para hacer frente a los efectos negativos de la sequía, el Ministerio de Agricultura ha puesto a disposición de los ganaderos de las zonas del sur y de la línea noroeste, suministros de alimentos ante la falta de pastos para las reses.
Y no es que las autoridades se hayan quedado de manos cruzadas. Sabemos que han hecho algunos esfuerzos en este sentido. Sin embargo, me surge una pregunta: ¿Qué se está haciendo para incentivar la agricultura familiar, pues está demostrado que le quita presión a la demanda de alimentos, empujando los precios hacia abajo?