“A pesar de que hay mucha palabrería sobre pequeñas empresas que crean empleo, y de que esto se ha convertido cada vez más en uno de los elementos decisivos para los legisladores, esta idea en realidad es un mito”. –Mariana Mazzucato.
Mis reflexiones acerca del rol de las mipymes en el desarrollo nacional fueron expuestas en este medio y en el diario digital Acento en marzo de 2021. Insistimos en que debemos aplicar un enfoque diferenciador que asegure que los recursos estatales vayan atados a resultados concretos y, en el caso que tratamos, con el acompañamiento inevitable del sistema nacional de innovación y desarrollo tecnológico.
En este sentido, el Estado debería disponer de información fidedigna:
- De las empresas jóvenes que sobresalen por sus iniciativas inteligentes o innovadoras.
- De las que están detrás de los escasos o limitados eventos efectivamente innovadores y desafiantes.
- De las que tienen años en el mercado y que, en algún momento, experimentaron un despegue cualitativo y salieron a combatir a mercados extranjeros.
- Finalmente, de aquellas unidades productivas que, por ser tan vulnerables a los vaivenes de la coyuntura, a las bajas del ciclo económico y también a las crisis sanitarias y de salud imprevistas, así como al alto grado de dependencia de la asistencia gubernamental, guardan un enorme potencial para destruir empleos.
Insistimos en que no se trata de mantener a flote las estrategias de sobrevivencia ante la incapacidad del aparato productivo de generar empleos de calidad. La cuestión es enfocar los recursos escasos a los mejores destinos alternativos en materia de productividad, generación de empleos, potencial de diversificación de la canasta de bienes transables, innovación y competitividad.
En definitiva, nuestros gobiernos deberían pasar de la asignación política de output a empresas demasiado pequeñas y con baja productividad, a la asignación económica racional de recursos a las unidades más prometedoras dentro de un contexto global desafiante y enigmático.
Un elemento nodal en la formulación de una estrategia realista para avanzar hacia un nuevo modelo dinámico de desarrollo debería considerar obligadamente la infraestructura de la calidad (IC).
Aquí resultan prioridades inaplazables la elaboración de guías para la implementación de normas técnicas nuevas; el aseguramiento de mediciones confiables (metrología), vinculándolas a la idea de ganancias y control de pérdidas y prácticas engañosas; clasificación de las mipymes en función de su compromiso con la IC e innovación (para impulsar un trato diferencial); estudio objetivo de las necesidades del mercado para que la IC pueda contribuir efectivamente al desarrollo de nuevos productos junto con la infraestructura tecnológica; construcción de los servicios para apoyar a las pymes a cumplir con los requisitos de calidad y facilitar las condiciones de su ingreso a las cadenas de valor globales, entre muchas otras vertientes de trabajo.
Asimismo, es fundamental que identifiquemos las brechas técnicas en cuanto a gobernanza y legislación, aspectos institucionales y de gestión, operacionales, de cumplimiento de normas y reglamentos técnicos e infraestructura nacional de laboratorios acreditados.
Una solución exitosa en muchos países ha sido el desarrollo de la metodología de Calidad a lo Largo de la Cadena de Valor (QI4VC). En este ejercicio la IC es uno de los actores cruciales “…para realizar-como señala Onudi- el diagnóstico de calidad de una cadena de valor que conduzca a un conocimiento cabal del estado y funcionamiento del sector y a diseñar intervenciones de proyectos que resuelvan los cuellos de botella específicos en cuanto a Infraestructura de la Calidad para aumentar las exportaciones y la competitividad” (ver aquí artículos del autor sobre la cadena láctea uruguaya).
De cada diagnóstico resultaría una hoja de ruta para que el gobierno, la industria y otros stakeholders actúen de manera sincronizada en busca de unos mismos objetivos.