La economía global es cada vez más exigente. Y cuando se habla de mercados, en realidad se está haciendo alusión a personas, es decir, a consumidores que cada día demandan productos y servicios de calidad. La capacidad de elección que tienen los actores del mercado es la herramienta más poderosa, tomando en cuenta que otorga un poder ilimitado a quienes deciden cuándo, dónde y cómo suplir una necesidad.
Ser competitivo hoy día no sólo depende de cuánto producimos, sino también de la forma en que lo presentamos y de las garantías que ofrecemos a nuestros consumidores respecto al bien que adquieren.
La globalización de los mercados, a partir de la década de los 90, impuso un nuevo orden: el de la calidad como condición fundamental para competir. En este concepto caben, entonces, variables como los costos, acceso a mercados y, de dominio más reciente, las certificaciones que garantizan que un producto es y ofrece lo que promete a los consumidores.
Certificarse, ya sea un producto, proceso, servicio o un laboratorio, podría marcar la diferencia entre ser competitivo o no en un mercado. Los que son más exigentes todavía son más celosos con estos detalles que agregan valor al producto, pues los hace más confiables.
Sin embargo, una certificación no es algo que puede inventarse en una esquina o ser otorgada por una empresa cualquiera. Para decir que algo tiene calidad y que reúne las condiciones necesarias para merecer una certificación, la que sea, ese menester tener las competencias y el equipo técnico que no sólo entienda lo que es, sino que esté consciente de su gran responsabilidad moral ante el resto del mundo.
Darle crédito a quienes certifican es una tarea de altísima responsabilidad y valor reputacional. Para que una empresa puede ser certificadora, que sus veredictos tengan credibilidad, es necesario que sea acreditada por un organismo del Estado con las competencias legales y técnicas para hacerlo. De lo contrario, no sirve de nada.
En República Dominicana tenemos experiencias recientes en esta materia. A través del Organismo Dominicano de Acreditación de la Calidad (ODAC) ha habido algunos avances significativos. Aunque es un tema que está en pañales, es decir, es poco tratado en la opinión pública, su importancia radica en los efectos que tiene en la economía.
Tanto las autoridades, como las empresas y demás actores, deberían entender que acreditarse es fundamental en un mundo cada vez más exigente.