[dropcap]E[/dropcap]l año escolar 2015-2016 está en la puerta. Nada más hizo asomarse y los nervios, atizados por la profunda preocupación que generan los altos precios, se apoderaron de los padres que no tendrán otra opción que comprar los libros y demás útiles escolares.
Se trata de “tómelo o déjelo” y cuando se trata de la educación de los hijos no se puede hacer otra cosa que aceptar las decisiones de quienes tienen el poder de influir en el mercado.
Cada año es la misma historia. Las quejas por los precios a que se venden los útiles escolares no cesan y como siempre, cual novela repetida, se escuchan las voces que claman al Gobierno y al Ministerio de Educación que “haga algo” y que disponga alguna fórmula para evitar que los costos se disparen.
Es deber de cualquier ciudadano consciente reconocer al Gobierno su apuesta por la educación y del compromiso asumido de respetar la Ley de Educación, en la que se consigna el 4% del producto interno bruto (PIB) a la enseñanza primaria, que en este año es de aproximadamente RD$120,000 millones.
En un mercado perfecto, o sea, aquel en el que los agentes compiten en igualdad de condiciones y no existen barreras a la entrada para nadie o no se dan los famosos acuerdos colusorios, no sería necesario escribir para pedir, casi implorar a las autoridades, que “meta su mano”, pues aún nuestro sistema educativo no ha alcanzado convencer a la mayoría de los dominicanos sobre sus niveles de calidad. Y peor aún, los informes internacionales que evalúan nuestro desempeño no nos dan buenas notas.
Alguna forma habrá que encontrar para que las empresas editoras de libros, fabricantes de cuadernos, lápices, bolígrafos, borra, papel, cartulinas, mochilas, bultos, loncheras, uniformes, zapatos, medias y todo lo que se relaciones con la educación, entiendan (a como dé lugar) que sacar al país de los bajos índices de desarrollo implica un compromiso de todos: autoridades, padres, alumnos y empresarios.
Poner el país “de primero” es un gesto que agradecerán nuestros hijos, nietos…