“Si seguimos haciendo lo que estamos haciendo, seguiremos consiguiendo lo que estamos consiguiendo”- Stephen Covey.
En materia de innovación el país necesita, antes que una estrategia, un compromiso intra e intersectorial serio, así como la más plena conciencia de que se trata de una apuesta trascendente para el futuro del país. Este compromiso supone un cambio drástico de la cultura productiva nacional.
La realidad es que las frágiles alianzas gobierno-empresa, que se reinician en cada Administración con grandilocuentes discursos y nuevas promesas, no han logrado que de manera efectiva el conocimiento y la innovación incidan, de manera efectiva y medible, y hasta donde sea posible, en el desarrollo económico y social de la nación.
Ciertamente, en el país tenemos empresas que despuntan como vanguardia de la economía nacional, en gran medida por la concreción de alianzas con corporaciones extranjeras que las obligan a cambiar sus patrones de gestión y tecnológicos, así como transitar de la administración familiar a la corporativa. Ellas podrían servir de núcleo de avanzada en cualquier esfuerzo de implantación de una cultura innovadora, lo mismo que de referentes obligados a la hora de trazar nuevamente las estrategias a seguir.
¿No sirve la Estrategia Nacional de Desarrollo (END)? Obviamente, sin una Visión País mal haríamos en construir caminos sectoriales. El orden que necesitamos como garantía de alineación y sintonía perfecta de los componentes de la agenda nacional, sería el siguiente: END (Visión País)-Estrategia Nacional de Competitividad-Estrategia y Planes Nacionales de Desarrollo industrial.
Tenemos el primer eslabón (Visión). El actual gobierno, con su Decreto 640-20, se propone precisamente dotar al país de una Estrategia Nacional de Competitividad. Teniéndola como faro orientador, debería derivarse de ella lógicamente la ruta renovada del desarrollo industrial que necesitamos. La realidad es que, desde 2007, tenemos las dos cosas: la segunda, bajo la forma del mencionado PNCS, y la tercera, con el nombre de Estrategia para el Desarrollo del Sector Industrial Dominicano, elaborada con el concurso de las asociaciones industriales del país. Loables esfuerzos intelectuales y de movilización de otros recursos cuyos balances podríamos considerar muy pobres.
En el interregno median muchos diagnósticos y estrategias de alta calidad técnica. Destaca entre ellos el Informe de la Comisión Internacional para el Desarrollo Estratégico de la República Dominicana 2010-2020, bajo la dirección del economista francés Jacques Attali. Sus seis iniciativas nodales, 77 propuestas de cambios y acciones, y una muy precisa estrategia de implementación, pasaron a mejor vida a partir de 2009.
La innovación debemos verla como un proceso inherente a cualquier organización. Ella convierte las ideas y conocimientos, no importa su localización interna o externa, en cambios que son reconocidos -por el mercado y la sociedad- por el de valor que generan.
El carácter marginal o imitativo de la innovación, la concentración de la propensión innovadora en algunas contadas empresas, las limitaciones al esfuerzo innovador en función del nivel de desarrollo de la zona o región, la ejecución de actividades innovadoras de manera aislada y desconectada del SNIDT, la actuación en soledad del 1 o 2% de empresas efectivamente innovadoras, la confusión de la innovación con la mejora de la calidad de sistemas y productos, así como de la imagen, y, finalmente, el poco significado que tiene para miles de empresas la innovación como factor de acceso a mercados extranjeros organizados, entre otros muchos aspectos relevantes, deben ser superados en plazos razonables, a menos que no queramos seguir navegando en el barco de la competitividad espuria, para nada prometedora en estos tiempos.