Mucho se ha hablado sobre los retos del tráfico en República Dominicana, sus efectos económicos en los comercios, así como efectos psicológicos en los ciudadanos y sus familias. Es la experiencia de todo el que vive en Santo Domingo que para poder tener un día productivo hay horas y rutas que son difíciles y casi imposibles de recorrer y las limitaciones de movilidad que esto presenta.
Con el ejemplo de los terremotos en Haití hay otro factor de riesgo que considerar, que es la capacidad de respuesta a una crisis en un contexto de un tráfico extremo. En el caso particular de un evento sísmico, que son imposibles de predecir, tanto su incidencia como su intensidad, la movilidad es crucial para poder mitigar emergencias como fuegos, derrumbes y rescates.
Durante la “fase de impacto”, justo cuando acaba de ocurrir un terremoto, lo más importante es poder evacuar de manera segura a los individuos de las edificaciones que pudieran sufrir daños y llevarlos a una locación segura. Esta primera fase requiere de una amplia movilidad tanto para los sistemas de emergencia, como ambulancias y bomberos, así como para el control civil.
Dependiendo de la magnitud del evento, es posible que los celulares y el internet no estén funcionando, sea por la caída de la infraestructura de comunicación como una posible saturación de los sistemas. En este escenario, se tiene una gran parte de la población afectada en un estado de vulnerabilidad, desconectados de sus sistemas de soporte como familia, empleadores, parejas, autoridades, etc. Si a esto agregamos la dificultad de movilidad, tenemos en la mano un escenario caótico y complejo con altos riesgos para la comunidad corporativa.
Luego viene lo que llamamos la “segunda ola”, que son las etapas luego del evento sísmico, cuando el impacto a la comunidad corporativa llega al hogar y a la vida personal de los empleados. Esta etapa es la más peligrosa y puede durar por mucho tiempo después del evento catastrófico si no hay un plan de prevención, mitigación y respuesta tanto a nivel estatal como a nivel privado.
La última década ha reestructurado el entorno empresarial en el que operamos. La globalización y la transformación digital han hecho que las empresas sean más eficientes, más productivas y más competitivas, pero también más vulnerables, más dependientes de las infraestructuras públicas, la cadena de suministro y los proveedores de servicios.
Si podemos sacar una lección positiva de las crisis recientes, es que debemos de estar preparados como individuos y como empresas para los eventos aún más extremos, y esto se logra con visión y preparación. La posibilidad de un evento sísmico extremo solo aumenta en el tiempo, y es importante preparar a la comunidad corporativa a responder y tomar responsabilidad.
Entonces, ¿qué podemos hacer con respecto al tráfico para mitigar los riesgos de una posible crisis?
La inversión en infraestructura de transporte no ha ido a la par con el crecimiento demográfico en República Dominicana, así como en toda Latinoamérica y los países en desarrollo. Además de presionar al Congreso y a las instituciones pertinentes, debemos llevar a la escala individual las lecciones colectivas: reducir la dependencia en las infraestructuras públicas. Desde los “rideshares” o carpool dentro del hogar o el área urbana donde nos encontremos, hasta soluciones innovadoras como aumentar el uso de las bicicletas.
Como hemos dicho con respecto a la ciberseguridad y otros riesgos empresariales, el confort trae consigo riesgos que no calculamos. Grandes problemas requieren soluciones integrales y globales. Que cada miembro de la familia tenga su propio vehículo puede parecer conveniente, en especial en un contexto de un tráfico extremo donde todos tienen rutas óptimas diferentes, pero en el caso de una crisis esto agrega varios elementos de vulnerabilidad.
Hacer una planificación que incluya sistemas de transporte y evacuación de emergencia dentro de la empresa es clave en un plan de prevención y mitigación, y esto comienza desde el hogar. Si el empleado está en casa manejando la crisis allí, no estará en la empresa ayudando al proceso de recuperación.
Las organizaciones bien preparadas y resilientes no solo tienen una relación bien establecida con el sector público, sino que también incluyen la vida privada de su comunidad corporativa en su plan de gestión de crisis para asegurarse de que también estén preparados en su hogar.
Créditos: Peter Bäckman