Conducir un carro de servicios exequiales es entrar a una dimensión diferente. Es una reivindicación de la humanidad a través de la liturgia de la muerte. Posiblemente sea una de las pocas tradiciones que le quedan a la humanidad, avasallada por una cultura de afán que no se da cuenta que va demasiado rápido hasta que le solicita al chófer “ir despacio”.
En medio de una atmósfera frenética de la metrópoli y la adrenalina que se palpita en la calle, John García, conmovido por un ambiente de dolor, considera que “estar cerca de la muerte es la mejor manera de sentir la vida”.
García vive de los muertos. A diario transporta alrededor de 10 cuerpos. Revela que por cada servicio cobra RD$500 para el suministro de gasolina. Si hay que trasladar el difunto desde el hospital traumatológico Ney Arias Lora hasta la Funeraria Municipal Espíritu Santo, de Santo Domingo Norte, por ejemplo, el costo es de RD$5,000. Además de ofrecer sus servicios como conductor, García aconseja a los dolientes sobre cuál ataúd comprar. Si el féretro es comprado directamente en la fábrica tendrá un valor de RD$5,000 y si es de funeraria tendrán precios que oscilan entre RD$10,000 y RD$11,000.
Inicios
La relación con la muerte le viene desde adolescente. Desde pequeño se interesó por la patología y medicina forense, y no es hasta que sucede una masacre en su pueblo que le nace el sentimiento de servir a las personas en su último recorrido en vida.
Comenta que en la huelga de abril de 1984 asesinaron a 12 hombres y la curiosidad lo embargó. “En el lugar había un señor trasladando los restos mortales, por lo que me interesé por aprender a abrir cadáveres”, relata el hecho que marcaría el resto de su vida.
Confiesa que los primeros meses de estar en el oficio presenciaba hechos que califica como “paranormales”. “Durante la preparación del cadáver he sentido que me tocan el hombro y me susurran al oído”, comenta García, al explicar que luego de estar en constante tacto con los fallecidos la persona se vuelve inmune, ya que “sabe lo que es trabajo y lo que debe hacer”.
García recuerda que en 1988 se volcó un camión de haitianos y él tuvo que ir al área del accidente. “Se recogieron los cuerpos por pedazos y yo comencé a comer ‘pica pollo’; ahí supe que tenía la ‘sangre fría’”.
Con más de 30 años de experiencia en transportar féretros, García confiesa no tener miedo a los difuntos. Reiteró que “el miedo es cuando no hay muertos” porque es el trabajo que ejerce para sobrevivir y salir adelante.
Gracias a este oficio ha podido criar a sus seis hijos, costear su educación y tener su propia casa y carro. El trabajo que “nadie quería” no era una opción, era una decisión. Además, recibe RD$25,000 mensual en la funeraria municipal de Santo Domingo. “No me imaginé sirviendo como chófer, pero de niño me gustaba la patología”, aclara.
Vivencias
El conductor está consciente de que se dedica a algo fuera de lo común. Confiesa que “si duro una semana sin tocar un cuerpo me hace falta”, al tiempo de agregar que está acostumbrado al aroma de muerte “sangre o formol” y dependerá de qué tan violenta sea la muerte.
Revela haber presenciado discordias entre familiares. “Me rompieron un vidrio del carro con un balazo”, dijo, al explicar que le asignaron retirar el fallecido en el Hospital Moscoso Puello y se encontró con dos familias del mismo padre, pero de diferentes madres. Por lo que uno era procedente de San Juan de la Maguana y el otro de Santo Domingo. “El de la capital quería velarlo aquí y el de San Juan trajo una ambulancia. Ahí se armó el pleito y comenzaron a tirar tiros, entonces yo los dejé con su problema y me fui”, relata al rememorar uno de los tantos episodios al ser partícipe del traslado de los fallecidos.
En el oficio, la empatía es algo imprescindible. Si bien el temple es necesario para que los colaboradores no se paralicen ante situaciones estresantes, los profesionales de la industria de servicios exequiales están obligados a tener tacto, a transmitir paz y tranquilidad a los parientes. “He pedido que dejen a los familiares ver a los difuntos antes de cerrar la caja para que encuentren la paz que necesitan en ese momento”, explicó.
La mayoría de la gente, cuando ve un coche fúnebre, le produce escalofríos y un malestar generalizado. Cuando ven uno por la carretera miran para otro lado de forma nerviosa. A otros, sin embargo, les da igual. Pese a llevar más de tres décadas en el rubro, el conductor no tiene en mente abandonar el oficio. “Si duro una semana sin ver un muerto me hace falta”, culminó.