3,000 millones de personas, casi el 40% de la población mundial, no pueden permitirse una dieta saludable. Otros 1,000 millones de personas podrían unirse a sus filas si nuevos eventos impredecibles reducen los ingresos en un tercio.
La mayoría de ellas viven en países de ingresos medianos bajos y medianos altos, que representan el 16% y el 17% de la población, respectivamente. Esta proporción es mucho menor en los países de ingresos bajos, donde el 88% ya no puede permitirse una dieta saludable y mucho menos un margen de seguridad del 50% cuando una perturbación reduce sus ingresos en un tercio, de acuerdo a estimaciones realizadas por la FAO y publicadas en el nuevo informe de la FAO sobre el “Estado mundial de la agricultura y la alimentación 2021: Lograr que los sistemas agroalimentarios sean más resistentes a las perturbaciones y tensiones” (SOFA).
La mayoría de las personas que corren el riesgo de no poder permitirse una dieta saludable tras una crisis de ingresos viven en Asia oriental y sudoriental (398 millones), Asia meridional (303 millones), América Latina y el Caribe (85 millones) y el África subsahariana (81 millones). El resto vive en África septentrional y Asia occidental (60 millones).
Los umbrales supuestos en el estudio se ubican en el extremo inferior por lo que se refiere a la reducción de ingresos de las personas afectadas por una perturbación. Ello significa que el número de personas que, según nuestras estimaciones, corre el riesgo de no poder permitirse una dieta saludable después de una perturbación es probablemente un límite inferior.
El nuevo informe, uno de los principales de la organización de Naciones Unidas, expone la fragilidad de los sistemas agroalimentarios – incluyendo entre los mismos a los pesqueros, acuícolas y forestales- y ofrece soluciones para incrementar la resiliencia de los sistemas agroalimentarios para hacer frente a shocks repentinos y tensiones latentes.
La publicación de este informe llega en el momento oportuno. La pandemia puso de relieve tanto la capacidad de resistir y responder adecuadamente como las debilidades de nuestros sistemas alimentarios. Sin una preparación adecuada los choques impredecibles continuarán socavando los sistemas agroalimentarios. Por ello, se incluyen indicadores específicos a nivel de país de más de cien Estados Miembros, mediante el análisis de factores como las redes de transporte, los flujos comerciales y la disponibilidad de dietas saludables y variadas. Si bien los países de ingresos bajos generalmente enfrentan desafíos mucho mayores, los países de ingresos medianos también están en riesgo.
En el Brasil, por ejemplo, el 60 % de su valor de exportación proviene de solo un socio comercial, por lo que dispone de menos opciones si un país asociado se ve afectado por una perturbación.
En América Latina y el Caribe, donde resulta alarmante que más de la mitad de los trabajadores de la región se encuentren en el sector informal, lo que redunda en empleos de menor calidad y más vulnerables. Dado que estos trabajadores carecen de contratos o acceso a seguros de desempleo y dependen de actividades laborales diarias que no pueden realizarse desde el domicilio, son especialmente vulnerables a las fluctuaciones de ingresos posteriores a las crisis, como la de la pandemia del covid-19.
Pero incluso países de ingresos altos como Australia y Canadá están expuestos al riesgo de una perturbación, debido a las largas distancias que hay que cubrir para distribuir los alimentos.
Los sistemas agroalimentarios, una red compleja de actividades involucradas en la producción, almacenamiento, procesamiento, transporte, distribución y consumo de productos alimenticios y no alimenticios, producen 11,000 millones de toneladas de alimentos al año, proporcionando empleos, directa o indirectamente, a miles de millones de personas. Por tanto, es evidente la urgencia de fortalecer su capacidad para hacer frente a las perturbaciones.
Los indicadores miden la solidez de la producción primaria y la disponibilidad de alimentos, así como el acceso físico y económico a los mercados y a los productos. Por lo tanto, pueden ayudar a evaluar la capacidad de los sistemas agroalimentarios nacionales para absorber las perturbaciones y las tensiones, un aspecto clave de la resiliencia.
Estos choques incluyen eventos extremos que tienen efectos negativos sustanciales en un sistema, el estado de bienestar de las personas, los activos, los medios de vida, la seguridad y la capacidad de soportar perturbaciones futuras, como desastres y fenómenos climáticos extremos, eventos biológicos y tecnológicos, el recrudecimiento de enfermedades y plagas de las plantas y los animales, crisis socioeconómicas y conflictos. A todo esto se añaden tendencias o presiones a largo plazo que socavan la estabilidad de un sistema y aumentan la vulnerabilidad dentro de él. Las tensiones pueden ser resultado de la degradación de los recursos naturales, la urbanización, la presión demográfica, la variabilidad del clima, la inestabilidad política o la decadencia económica.
Se analiza de este modo la capacidad de absorción de los sistemas agroalimentarios a nivel nacional utilizando una serie de indicadores vinculados a cuatro funciones clave de los sistemas, es decir, para garantizar: i) una producción primaria sólida; ii) la disponibilidad de alimentos; iii) el acceso físico a los alimentos, y iv) el acceso económico a los alimentos.
Si bien la producción de alimentos y las cadenas de suministro han sido tradicionalmente vulnerables a los extremos climáticos, los conflictos armados o los aumentos de los precios mundiales de los alimentos, la frecuencia y la gravedad de estos choques van en aumento.
Calculamos por ejemplo que una interrupción de los enlaces de transporte críticos también podría hacer subir los precios de los alimentos para unos 845 millones de personas.
Por otro lado, la disponibilidad de alimentos en general parece ser mucho menos vulnerable a las perturbaciones que el acceso económico de los consumidores a los alimentos. Por consiguiente, para que los sistemas agroalimentarios sean más resilientes, deben abordarse los factores que aumentan el costo de los alimentos.
Basándose en la evidencia científica, como se indica en el informe, recomendamos a los gobiernos que hagan de la resiliencia de sus sistemas agroalimentarios una parte integral de la respuesta estratégica a los desafíos presentes y futuros. La estrategia clave es diversificar: desde las fuentes de insumos, producción, mercados y cadenas de suministro, hasta los actores de la cadena y socios comerciales. Porque la diversidad ofrece diferentes vías para absorber los impactos. Apoyar el desarrollo de pequeñas y medianas empresas agroalimentarias, cooperativas, consorcios y agrupaciones contribuye a mantener la diversidad en las cadenas de suministro agroalimentarias nacionales.
Otro factor clave es la conectividad. Una red agroalimentaria bien conectada permite superar las dificultades en un mundo más rápido, cambiando las fuentes de suministro, los canales de transporte, la comercialización, los recursos y la mano de obra. Por último, fortalecer las capacidades de resiliencia de las familias vulnerables es fundamental para garantizar un mundo libre de hambre. Esto se puede lograr mediante un mejor acceso a los recursos, fuentes de ingresos diversificadas y programas de protección social en caso de shock.
Máximo Torero, Economista jefe de la FAO.
Especial para elDinero.