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Juan Rodríguez: “Cuando llegué aquí decir ‘hello’ era muy difícil”

Hoy es un empresario del área de limpieza de edificios y propiedades en el condado de Westchester, Nueva York

Jairon Severino Por Jairon Severino
26 mayo, 2022
en Reportajes
Juan Rodríguez (Aris) es un emprendedor dominicano en Nueva York. | Gabriel Alcántara

Juan Rodríguez (Aris) es un emprendedor dominicano en Nueva York. | Gabriel Alcántara

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Juan Rodríguez (Aris) siempre ha sido un ser humano muy ambicioso. Cada paso que da lo hace sobre la base del trazado de metas. Sin planificación, dice él, nada funciona. Afirma que Nueva York es un lugar que ofrece muchas oportunidades, pero que se requiere de mucho sacrificio.

Se queja del poco apoyo que recibe la comunidad dominicana en Estados Unidos, especialmente a través de los trámites de documentos. Afirma que algunos servicios resultan muy costosos, a pesar del aporte que hacen para la economía. Pide que se reconozca el potencial que tienen para hacer importantes inversiones en el país en negocios y el sector de la construcción.

Rodríguez defiende la capacidad de trabajo que tienen los dominicanos en Estados Unidos y aconseja los pocos que llegan a vivir del Estado (del gobierno) que no lo hagan, pues no avanza en el logro de los objetivos de mejorar sus condiciones económicas.

“El dominicano es líder en los trabajos de limpieza, salones, taxis, barberías, bodegas, lavanderías, supermercados y muchas otras actividades productivas. También nuestra comunidad se ha destacado en la medicina, leyes y en el servicio público a través de cargos en el gobierno. Cada vez se integran más al ámbito político, lo cual beneficia a la comunidad latina en sentido general”, sostiene.

“Nací en una comunidad llamada Pozo de la Palma, en la provincia Espaillat, pero cuando tenía 11 años de edad su familia se había mudado a Juan López, una comunidad preciosa, de gente trabajadora y emprendedora. Ahí seguí mis estudios primarios y luego terminé el bachillerato. En algún momento de mi vida no quería seguir estudiando, pues yo era tres años mayor que el resto de los compañeros de clase”, explicó Rodríguez.

Pozo de la Palma, su lugar de nacimiento, es una zona cafetalera y las clases no se iniciaban en agosto-septiembre, sino que se empezaba en enero para que cuando llegara el tiempo de cosechar el café, los niños no estuvieran en la escuela y pudieran ayudar a los padres en los cafetales. Esta historia fue hasta 1987, ya que en ese año fue cuando se mudaron a Juan López.

Narra que en Juan López no lo recibieron en cuarto de primaria, sino que lo bajaron a tercero. Sin embargo, cuando inició los estudios en la nueva escuela ya era marzo. Considera que este proceso lo atrasó mucho en la escuela. Cuando termina el bachillerato decide ir a la Universidad Tecnológica de Santiago (Utesa) a estudiar contabilidad, mientras trabajaba en una granja de pollo donde permaneció seis años como empleado.

“Yo trabajaba de 7:00 de la mañana a 5:00 de la tarde y el liceo era de 6:00 a 9:30 de la noche. Salía de trabajar para ir al liceo y luego de nuevo al trabajo, ya que los pollos se venden de noche. A los dos años de haber iniciado los estudios universitarios es que nos mudamos a Estados Unidos”, explicó.

Salida del país

La madre de Juan Rodríguez, doña Virginia, ya tenía muchos años en Estados Unidos y había pedido los hijos, proceso que se había tardado en su caso. Otros hermanos suyos llegaron antes de que él. Tuvo que esperar 11 años para que le llegara la cita del consulado estadounidense, por lo que “duré toda una vida esperando el viaje”.

Relaciona parte de su atraso en los estudios a que siempre se mantuvo esperando la cita del consulado, razón que le afectaba y no podía empeño en tratar de hacer que su vida cambiara, que fuera algo diferente, todo porque “venía para Nueva York”. Todo el dinero que producía en República Dominicana era para cosas que no eran prioritarias.

Recuerda que su primer trabajo fue limpiar zapatos. Los 11 años, recién mudado a Juan López, le hicieron una caja de limpiabotas y él andaba todos los callejones limpiando zapatos. La llegada a Estados Unidos se produce en enero de 2002, una fecha que no olvidará jamás, pues llegó en uno de los meses más fríos, lo que resultó un choque en todos los sentidos cuando se pone a pensar de dónde vino.

Admite que al saber que llegaría a Estados Unidos venía con muchísimas expectativas de progreso, de trabajo, de lograr muchas cosas. Desde un principio tuvo claro lo que debía hacer.

“Yo venía con la intención de trabajar y regresar a mi país en cinco o seis años, pero las circunstancias dispusieron que no se diera de esa manera. Empecé a trabajar de inmediato, pero también inicié mis estudios aquí. Llegué en enero y venir de un sitio caliente a recibir este frío que hace aquí en enero no es fácil. Al ver los árboles que parecían secos creía que era mucha leña, especialmente yo porque venía de un campo. Me fui adaptando, aunque los primeros meses fueron muy difíciles”, explicó.

Lo primero que comenzó a extrañar fueron sus amigos, la cultura dominicana y toda la vida que había hecho en el país. Cuenta que adoptar reglas y normas diferentes significó un cambio radical en su vida. Considera que el idioma es lo más difícil al llegar a Estados Unidos, aunque por suerte había estudiado un poco de inglés antes de emigrar, pero era básicamente gramática. “Cuando llegué aquí decir ‘hellow‘ era muy difícil, pues sabía lo que decía, pero cuando me respondían no entendía nada”, expresó.

Cuenta, a manera de anécdota, que una vez fue al cine con un amigo y su esposa. Trata de traducir lo que dice la película y la esposa de su amiga le dijo: “Aris, no hagas eso; no traduzca en tu cabeza lo que tú entiendes y hazlo tal cual entendiste, pero no la traduzca porque nunca vas a aprender inglés”. En ese momento entendió que debía cambiar la técnica para dominar el idioma. Lo considera el mejor consejo en este tema.

Su primer trabajo al llegar a Estados Unidos fue con los hermanos, quienes trabajaban en un almacén de distribución de trajes a las cadenas de tiendas. Inmediatamente comenzó se dio cuenta que ninguno delos que laboraban ahí hablaba inglés por lo que se cuestionó respecto a qué sería de ellos cuando eso se acabara. Rodríguez entendió que él no quería eso para su vida.

Actitud

Recuerda que cuando lo iban a fijar en el trabajo se dirigió a la oficina del encargado y le dijo que él no se veía ahí trabajando durante años. El encargado se extrañó que rechazara la oferta de empleos, pues los dominicanos que llegan a esa zona querían trabajar en ese lugar. Rodríguez le expresó que él quería estudiar. Cuenta que el señor le preguntó si iría a la universidad, a lo que él respondió que sí.

El jefe le dijo lo siguiente: “Yo te voy a pedir un favor. Cuando te gradúes de la universidad yo quiero que vengas con tu título y me lo enseñes porque tendré algo guardado para ti. Pasaron los años, estudié, fue muy difícil, pues no sabía inglés, lo que representó un reto doble para mí. Cada semestre era una pared más alta y más difícil. Estudié contabilidad, la misma carrera que inicié en República Dominicana”.

Al terminar su carrera fue a llevar el diploma y le preguntó si se recordaba de la promesa. Ángel, como se llama su exjefe, le tenía el regalo guardado en el closet. Se trataba de un traje completo confeccionado para él. Agradece a la universidad que le dio la oportunidad de aprender inglés mientras estudiaba.

Su segundo trabajo fue en una tienda de trabajo y era el que recibía las cajas al tiempo que limpiaba todo el local, incluyendo los baños. También le ponía las alarmas a la ropa, pero un día le pidió a la supervisora que le dejara aprender a usar la caja registradora. Ella accedió y él aprendió. Aris quería sentirse bien y para ello necesitaba ver que estuviera haciendo algo que fuera un reto.

“Nunca he visto que algo fácil que llegue a mí es bueno. Siempre he sido muy trabajador. Trabajo por algo que me dé satisfacción luego que lo termine. Lo que estaba haciendo en la tienda, cargando caja y limpiando baño, eso no era lo que yo quería”, narra.

También cuenta que tuvo una experiencia en un restaurante, que era parte de un country club. Allí trabajó en la cocina. Comenzó como el que limpia mesas y todo lo demás. Refiere que los gerentes (managers) se dieron cuenta que él podía correr los tickets de las órdenes en la cocina.

“Yo sabía leer los pedidos, prepararlos y sacarlos”, explicó. Cuando lo autorizaron a tomar las órdenes de los clientes de manera formal había quejas del resto de los empleados, pero ninguna de él. Con el pasar del tiempo, cuando se sintió en capacidad, pidió al gerente que lo ponga a trabajar fuera, pero se lo negaron. Rodríguez, al ver la negativa, reclamó que debían llegar a un acuerdo, ya que, si no se podía, entonces él dejaría de trabajar.

Le prometieron que en una semana le darían la oportunidad de trabajar fuera como mesero. Cuando llegó no le permitieron y entonces decide cambiarse de ropa para marcharse. El gerente le dijo que mejor se fuera si no hacía lo que él decía. Cuando está en el área de empleado y se marcharía, entonces llega el gerente y le dice que cómo es que se va si hay 160 mesas reservadas y que te necesitaba.

Cuenta lo que le dijo el gerente: “Vamos a hacer una cosa. Yo te daré una mesa. Si no hay una sola queja, entonces te quedas siendo mesero. Me dice que “o lo tomaba o lo dejaba y le dije que sí”. La condición era que si había alguna queja, entonces se iría para la cocina. Explicó que en el Club había una familia difícil de tratar y que siempre daba queja. Sucede que esa fue la mesa que quedó bajo su responsabilidad. Los socios del club quedaron muy satisfechos con su servicio y le pidieron al gerente que él debía ser siempre su mesero. En ese trabajo permaneció hasta que terminó su carrera.

Su primer trabajo como contador lo consiguió justamente con uno de los socios del club, mientras que luego seguía yendo dos días al club a trabajar con la condición de que le pagaran el doble por cada hora de trabajo.

Sin embargo, nada de lo que hasta ese momento había hecho era lo que busca. Consultó con sus hermanos para averiguar qué podía aparecer y apareció la oportunidad de una pizzería/restaurante, aunque admite que quizá lo hizo en el momento menos indicado porque su trabajo pagaba bien. Además, dice, fue en 2011 cuando aún se sentían los efectos de la recesión por la crisis financiera de 2008 y 2009. Explica que se gastó mucho dinero para preparar el negocio. Estuvo al frente entre 2011 y 2013 sin que haya habido un mes que alcanzara para pagar la renta.

“Pienso que yo administré mal el negocio. Creo que les di mucha confianza a los trabajadores. Compraba las fundas de camarones, que son caros en todas partes, y a veces llegaba un cliente y pedía camarones al ajillo y cuando iba al frízer a buscarlos no había. Tenía un cocinero que cocinaba los camarones para ellos y para amigos cuando yo no estaba y se comían todo. Entré al restaurante con 219 libras y bajé a 160 libras. No tenía hora para salir”, explicó.

Valora el apoyo que ha tenido de toda su familia y de su esposa Dahiana Guerrero, quien ha sabido ser un soporte en todos los proyectos que ha emprendido para garantizar el bienestar de la familia.

De la experiencia amarga en el restaurante, cuenta, aprendió que cuando se tiene algo suyo hay que atenderlo. Su experiencia le indica que quizá no debió ser él quien saliera a llevar los pedidos de las pizzas y dejar a los empleados en el negocio, pues en ese momento es que sucedían las cosas negativas. Admite que cayó en depresión y su estado de ánimo era cambiante. “Fueron dos años muy difíciles”, cuenta.

La oportunidad apareció cuando un cuñado suyo, que administra propiedades, le pidió que buscara alguien que cubriera unas vacaciones en su empresa. Luego de un tiempo ambos decidieron formar una compañía de limpieza, en la que uno se encargaba de buscar trabajadores y el otro de buscar trabajo. Previo a esa experiencia, trabajó en bodegas con sus hermanos.

Explica que para abrir el negocio necesitaban US$3,000 divididos en partes iguales, pero Rodríguez no tenía dinero. Esos recursos eran para registrar el negocio y comprar utensilios, maquinaria y detergente para comenzar a trabajar. De ahí en adelante es que se inicia una etapa de mejores resultados como emprendedor.

Expansión de los servicios a través de plataformas

Su empresa comenzó a ofrecer los servicios a través de Amazon y llegaron a tener más de 60 casas para la limpieza. Sin embargo, tuvo una experiencia que le enseñó a ser más cuidadoso con algunos clientes que pudieran tener malas intenciones. Narra que una vez una persona quería acusarlos de haberle dañado el baño con los productos que ellos utilizan para la limpieza.

Entre los protocoles de seguridad está la toma de fotos de las áreas a limpiar antes de que se inicien los trabajos para protegerse de cualquier situación. Un cliente llamó a Amazon para demandarlos por daño a la estructura del baño, responsabilizándolos de haber afectado la pintura y las losetas.

Por suerte, explicó, les había pedido a los trabajadores que tomaran fotos antes de iniciar los trabajos para dejar constancia de las condiciones en que se encontraba el baño. Afirma que, si no fuera por esas fotos, hubiese tenido que pagar la reparación porque el dueño de la casa dijo que fueron los productos utilizados por ellos los que les dañaron el baño. Desde esa experiencia comenzó a tomar menos órdenes de viviendas unifamiliares.

“La pandemia nos quitó las casas, pero nos trajo muchos edificios y oficinas”, indicó.

Etiquetas: dominicanos en Nueva YorkJuan RodríguezNueva York
Jairon Severino

Jairon Severino

Periodista. Director-fundador del Periódico elDinero. Egresado de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD). Fue editor de Economía & Negocios del periódico Listín Diario. Maestría en Liderazgo Organizacional, por Humboldt International University, Miami, EE UU; Habilitación Docente, en UTE, y diplomado en Periodismo Económico por el Banco Central y la Universidad Católica de Santo Domingo (UCSD).

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