No hay un solo gobernante en todo el mundo que no esté sometido a profundas presiones sociales en estos momentos. Ni los países ricos, dizque con todos sus problemas resueltos, están exentos. Se debe, fundamentalmente, a la inflación. Sería bueno, por supuesto, analizar las razones del contexto en que se encuentran los gobernantes. ¿Por qué han subido los precios y por qué el estado de incertidumbre? Y por qué no decirlo: todos, de algún a manera, estamos bajo alguna presión en estos momentos.
Lo que sí se puede afirmar con toda propiedad (y seguridad) es que quienes gobiernan han tenido que hacerlo bajo un período de estrés mayúsculo sin precedentes. Hay de todo en el mundo en estos momentos. Y no se trata sólo de los catastróficos efectos de la pandemia, que de por sí fueron (y han sido) devastadores para el sistema de salud mundial, con sus consecuencias en la economía, también hay que verlo desde el punto de vista psicológico. Para nadie es un secreto que la salud de mental de muchos seres humanos se ha deteriorado.
Posiblemente, ni la terrorífica Peste Negra, que a mediados del siglo XIV mató a alrededor de 200 millones de personas, principalmente en Europa, tuvo los efectos globales que se sienten hoy día con esta pandemia que ha matado a más de seis millones de seres humanos y ha contagiado aproximadamente a 533 millones. En plena Edad Media, cuando sucedió esa pandemia, no existían los medios para generar el nivel de pánico (en la población y en la economía) que sí existen hoy. La información corre hoy a velocidades impensables a través de los diversos canales que facilitan los avances tecnológicos, contribuyendo, del mismo modo, a generar más pánico.
Sólo hay que ponerse en los zapatos de cualquier miembro de una familia que haya perdido sus medios de ingresos. Ahora pongámonos a pensar en cómo la estarán pasando los gobernantes, principalmente de países en vía de desarrollo y pobres, cuyas necesidades son mayores y se han profundizado con la crisis. Nadie, ni los ricos, estaban preparados para una pandemia y sus secuelas económicas y en términos de salud. Todos los presupuestos quedaron enanos y fue necesario, porque no hubo otra alternativa, que poner a rodar la máquina emisora de dinero sin respaldo, incrementando los déficits y generando las presiones inflacionarias que hoy día tienen en ascuas a los gobiernos.
En principio hay quienes podrían pensar que los efectos de una pandemia sólo son en términos de pérdidas humanas. Es la peor parte, pero no es la única. Cuando se presiona el sistema de salud hay presiones en la economía. Hasta los científicos, que también son seres humanos con familias y sienten la misma presión, se vieron compelidos a ser más diligentes en la búsqueda de una vacuna. La ciencia, por suerte, ha mostrado avances impensables.
El otro hecho inesperado o no planificado es la invasión rusa en Ucrania. Esto vino a agravar la crisis que de por sí ya veníamos sufriendo. Si la pandemia afectó los canales de distribución y transporte, con aumento en los precios de las materias primas, este conflicto bélico ahondó todo hasta poner a prueba la capacidad de resistencia de la humanidad. Los precios de los hidrocarburos han llegado a marcar récords y eso ha desencadenado una inflación que le echa más incertidumbre a la olla de que se por sí ya está hirviendo.
¿Qué podemos hacer? Los gobiernos están obligados a seguir subsidiando hasta donde se pueda. Una inestabilidad social podría salir más costosa. Mantener la certidumbre es un objetivo que no debe perderse de vista. Y tengo fe en que todos los gobernantes los saben, incluido el nuestro.