En el 1845, el escritor argentino Domingo Faustino Sarmiento publicó “Facundo”, una obra muy conocida en América Latina por el dilema que planteaba respecto a lo que él entendía era necesario para el desarrollo de Argentina; un conflicto entre la “civilización” y la “barbarie”. En el caso concreto de Sarmiento, cuando se refería a la “civilización”, a lo que aludía era a la ciudad, lo urbano, lo que estaba en contacto con lo europeo, mientras que la “barbarie”, por el contrario, era el campo, lo rural y el atraso.
En República Dominicana hay poca diferenciación entre lo urbano y lo rural en lo que concierne a la desorganización y atraso social que se evidencia cada día más en el tránsito, y que no solo es una carga social (somos el país per cápita número uno en el mundo en muertes causadas por accidentes de tránsito), también el atraso que eso representa para la economía. Si no somos capaces de ordenar el tránsito, ¿seremos capaces de ordenar nuestra sociedad?
En primer lugar, pareciera un deporte nacional hacer caso omiso a las luces rojas, como si fueran una sugerencia y no un imperativo de ley de detenerse en la intersección correspondiente. Muy especialmente en el caso de las motocicletas, que se pasan el semáforo en rojo con completa impunidad, ante la mirada indiferente de los agentes del tránsito (Digesett), para quienes también pareciera normal esta práctica.
¿Cómo le vamos a exigir a una persona que no robe, o no cometa otro delito, si nuestras propias autoridades son incapaces de exigirles a los motoristas que respeten la señal de rojo? Lo peor es que, y esto lo hemos visto todos, frecuentemente los agentes del tránsito están apostados en el mismo medio de las intersecciones y también al cruzar, pero más interesados en detener a conductores en vehículos privados por cualquier supuesta infracción, y no hacerles caso a los motoristas.
Esto nos lleva a los otros grandes impunes en el tránsito, los conductores del transporte público, tanto carros como autobuses, a quienes al parecer conducir de manera errática y con completo desdén de las normas de tránsito es un sine qua non para su profesión. Se sienten tan empoderados de impunidad, que los hemos visto usar sus vehículos (que, de milagro, pueden moverse ante su avanzado estado de descomposición) como armas contra otros conductores. ¿Nadie los puede detener?
Más allá de esto, vemos las intersecciones congestionadas, haciendo el tránsito infuncional. Las autoridades realizando esfuerzos por descongestionar las vías reteniendo vehículos estacionados en la calle -algo que ha sido costumbre en nuestro país desde siempre- pero sin primero ofrecer alternativas de estacionamiento. ¿Dónde se supone que vamos a estacionar los vehículos? ¿Encima de la acera?
Una sociedad no puede avanzar si las normas más sencillas de convivencia no son respetadas y hechas respetar por las autoridades. Ordenar el tránsito, hacer valer esas disposiciones, es un elemento básico para nuestro dilema entre civilización y barbarie, que en nuestro país el tránsito es barbarie. Pero sin autoridades que se envalentonen para enfrentar a quienes realmente son artífices de ese caos, no podremos lograr este cambio que urgentemente necesitamos.