La planificación lo es todo, decía un profesor universitario, pues sin esta usted puede llegar muy lejos, pero no saber en donde está. De hecho, en Alicia en el País de las Maravillas se planteaba que, si usted no sabe para donde va, cualquier camino le llevará a cualquier lugar. Y esto funciona tanto para lo público y como para lo privado. En efecto, la mayoría de las empresas exitosas siempre tienen como instrumento de trabajo un Plan, es decir, un conjunto de objetivos, metas y resultados que son los que guían en accionar diario de estas organizaciones.
Si nos vamos al Estado, se puede ver que una nación que no planifica su futuro esta será condenada al fracaso, y esto por dos razones fundamentales: primero, por las necesidades de la población son múltiples y cada vez más crecientes y, segundo, porque los recursos siempre son escasos y es necesario establecer prioridades y asignar los recursos en donde estos puedan tener un retorno social más efectivo.
También en lo público, en América Latina la planificación ha cobrado un mayor auge y ha ido de la mano con los procesos transformadores que se han implementado durante los últimos 20 años, sobre todo a aquellos que han apuntado a la mejora de la gestión pública y a la calidad de los bienes y servicios que se entregan a la población, incluyendo la transparencia y la rendición de cuentas.
En efecto, se pasó de tener un Estado disperso, fracturado, poco inteligente, con patrones culturales y modos de hacer las cosas alejados de la noción de lo “público” y sometido al acecho y a la apropiación de grupos corporativos (Walter, J. y Pando, D., 2014), a uno más moderno, planificado, ágil, funcional, estructurado, aunque aún medran alrededor de este los mismos grupos corporativos y otros que han salido de las mismas entrañas de los partidos en el poder.
Pero aquí lo importante es que se entienda que la planificación, estratégica u operativa debe verse siempre como un instrumento de desarrollo y como una herramienta de trabajo permanente pues, como dijo Peter Drucker, profesor de negocios de origen austriaco, “sin una brújula un barco no encontraría un puerto ni sería capaz de estimar el tiempo que se necesita para llegar allí”.
Ahora bien, se sabe que pensar el futuro no es tarea fácil y que no puede ser un simple ejercicio de prestidigitación, sino un proceso consciente de construcción de objetivos basados en las mejores prácticas internacionales en el ámbito de la planificación. No se niega, sin embargo, el hecho de que siempre existe incertidumbre alrededor de lo planificado y un miedo sobre el porvenir.
Todo lo anterior viene a cuento a partir de una pregunta que nos hizo un alumno sobre si era posible ser exitoso en la sociedad actual viviendo en el libre albedrío. Esta interrogante me llevó a pensar sobre el hecho de que, probablemente, los mayores problemas que tiene el mundo hoy en día radican en que los individuos, en sentido general, y jóvenes en particular, están viviendo una vida de libre albedrio, tomando decisiones de corto plazo sin pensar lo que estas implicarán en su futuro.
Finalmente, conviene gestionar el futuro de una manera estratégica, estableciendo metas, objetivos y resultados claros, precisos y medibles, y esto es válido en la gerencia pública, en la administración empresarial privada y también en lo estrictamente personal. Esto no es una regla general, pero los que lo hacen siempre muestran una diferencia vital.