Durante mi tiempo como administrador de Seguros San Rafael (1996-2000), empleamos una campaña publicitaria que rezaba: “Es mejor tenerlo y no necesitarlo, que necesitarlo y no tenerlo”. Esta afirmación sigue siendo válida ya que ninguna empresa ha quebrado por contar con seguros. Todos somos conscientes de las repercusiones cuando ocurren siniestros y no se dispone de una adecuada cobertura de seguros.
Es lamentable que en muchos casos no solo omitimos la contratación de coberturas, sino que también carecemos del hábito de analizar nuestros riesgos para reducir su ocurrencia o impacto a través de medidas de mitigación.
Los sucesos en San Cristóbal, que resultaron en casi tres docenas de muertos y numerosos heridos, evidenciaron una falta total de preparación. Aunque aún no contamos con detalles precisos, es poco probable que alguna aseguradora haya otorgado cobertura a los establecimientos comerciales involucrados en el evento.
Esta tragedia subraya dos importantes deficiencias en nuestra sociedad. En primer lugar, las instituciones encargadas de SUPERVISAR no están cumpliendo con su función, a pesar del gran número de entidades con esta responsabilidad. En segundo lugar, carecemos de una cultura arraigada de prevención, que engloba misión, visión, interés y más.
Nuestra sociedad muestra una negligencia alarmante al repetir los mismos errores una y otra vez, cada vez con mayor frecuencia y alcance. Los responsables de implementar medidas preventivas parecen inmunes a la urgencia, y lo que es aún más preocupante, la sociedad no se moviliza para influir en la conciencia colectiva y exigir protección. Parecemos estar anestesiados por nuestro enfoque individualista y centrados únicamente en lo que beneficia nuestra vida personal, sin reconocer que somos parte integral de una comunidad que depende del bienestar colectivo.
Estos episodios se insertan en la tragedia del bien común, donde lo que debería ser una responsabilidad compartida se convierte en un juego de intereses personales, sin considerar el daño que inflige al tejido social. Esto se manifiesta en la explotación de recursos naturales y en el uso indebido de bienes comunes como parques y calles. Al permitir que un individuo prive al conjunto de un bien compartido, no advertimos que el perjuicio finalmente nos afecta a todos.
Cabe destacar que la administración de riesgos no se limita exclusivamente al ámbito de los seguros, aunque en nuestra sociedad aún no se le da la importancia que merece. Este concepto engloba la supervisión y la prevención. Cuando analizamos los riesgos, gestionamos los elementos involucrados y tomamos medidas apropiadas para evitar o mitigar los posibles impactos, estamos actuando de manera responsable y estratégica para salvaguardar vidas y propiedades.
La administración y el análisis de riesgos no son conceptos reservados únicamente para grandes inversiones o proyectos. Es una práctica que todos debemos adoptar si deseamos que nuestras acciones y decisiones se desarrollen sin obstáculos. Cultivar la proactividad y tener objetivos claros nos asegura avanzar hacia nuestras metas sin lamentaciones ni pérdidas innecesarias de recursos y tiempo.