[dropcap]L[/dropcap]a crisis eléctrica que padecemos los dominicanos desde hace más de medio siglo tiene varias razones. Sabemos que mucha energía se pierde en el camino, en las redes de mala calidad y que cerca de un millón y medio de usuarios no paga lo que consume o recibe subsidio del gobierno.
Es de todos conocido que US$1,300 millones al año en subsidio, básicamente por la mala gestión comercial de las distribuidoras de electricidad, es una carga que le resulta muy pesada al Estado, que es lo mismo que decir a la población.
Sin embargo, al problema energético hay que buscarle una génesis más profunda o lejana en el tiempo. Todo está relacionado con la poca valoración histórica que como ciudadanos le hemos dado a este servicio. Una cosa es el precio de la electricidad y otra es el valor que tiene para nuestra cotidianidad.
Desde los políticos que utilizaban la energía como mecanismo de campaña a su favor, sin importar que color gobierne, hasta los usuarios que no aprendieron a valorar que mantener un bombillo encendido cuesta dinero, todos sin excepción, comparten responsabilidades.
Si los dominicanos hubiesen aprendido a valorar el servicio de energía en su justa dimensión el déficit eléctrico fuera cosa del pasado o jamás se habría contado entre las historias del sector. Durante muchos años la población entendía (los políticos tienen responsabilidades en este mal) que el servicio de electricidad había que regalárselo. De hecho, hoy día se ven protestas en barrios por apagones. Sin embargo, en muchos casos son personas que jamás han pagado una factura o son subsidiados. Igual pasa con el servicio de agua.
La población sabe que el servicio de electricidad es importante. De eso no hay duda. Sin embargo, el hecho de que gran parte del déficit de las distribuidoras sea por “pérdidas no técnicas” prueba que muchos usuarios se conectan ilegalmente (irregularmente) a las redes, y si tienen un medidor o contrato en su casa no resulta raro ver que en las noches conecten “un tercer cable” fuera del contador que va directo al acondicionador de aire o a la nevera. Esta práctica no distingue entre clases socioeconómicas.
El mejor capítulo de esta película de terror está cuando son los mismos que se roban la energía quienes reclaman por los apagones o por el mal servicio que ofrecen las empresas distribuidoras, las cuales también merecen ser revisadas en su comportamiento respecto al exceso en el gasto por nómina y subcontrataciones que no tienen razón de ser.
En definitiva, si todos los dominicanos valoraran la importancia que tiene un servicio de electricidad de calidad, nadie se conectara indebidamente a las redes; las autoridades se preocuparan por hacer mejor su trabajo y no utilizar estas empresas como mecanismos políticos; los empresarios no buscaran alternativas más caras y el tema no estuviera en la palestra todos los días.
Valorar en su justa medida la importancia de la electricidad y nuestra obligación de pagarla, ayudará a alcanzar una solución definitiva a la crisis.