[dropcap]E[/dropcap]l canciller de la República Andrés Navarro habló contundentemente el pasado miércoles en la noche. Sus dotes de diplomático parecían rebosados. Se veía muy molesto. Llamó a una rueda de prensa de último minuto motivada, esencialmente, por los incidentes escenificados contra el consulado dominicano en Puerto Príncipe, Haití.
Una de las frases más fuertes del ministro de Relaciones Exteriores fue que “la paciencia tiene un límite”. Y ciertamente así es. Sin embargo, República Dominicana debe tener cuidado para no dejarse llevar a un terreno movedizo.
Haití es y será nuestro vecino. De esta realidad jamás podremos escaparnos. A ninguno de los dos países le conviene un enfrentamiento verbal, diplomático y mucho menos beligerante. Al paso que van las cosas habrá muchos que deben estar frotándose las manos porque verían materializado el sueño de ver una agresión física de este lado hacia Haití.
Como nación hemos demostrado que somos el país más solidario con nuestros vecinos. También ha quedado plasmado en nuestra historia común que somos un pueblo pacífico, que no agrede. Desde la declaración de independencia, el 27 de febrero de 1844, fue necesario pasar por muchas batallas hasta hacer entender al ejército haitiano que no tenían nada que buscar de este lado. Las luchas se extendieron hasta mediados de 1850. Ningún soldado dominicano ha cruzado la frontera de Haití para luchar, todo ha sido de este lado.
Y qué bueno que sea así. El canciller fue muy explícito: “Nosotros no vamos a romper este principio. Todo lo contrario, lo vamos a asumir. De lo que se trata no es de demostrar con bravuconería que somos sólidos. De nada sirve eso en las relaciones internacionales. Para algo alguna vez se creó la diplomacia; para la promoción de la convivencia pacífica y para la relación inteligente entre países”.
Respaldamos la posición del Estado, expresada a través del canciller, de que la solidez de nuestra política exterior no está basada en que andemos vociferando ni autodenominándonos defensores de la soberanía nacional, pues esta defensa se demuestra en una práctica coherente en la conservación de los intereses nacionales.
Apostamos a la convivencia pacífica entre dominicanos y haitianos sobre la base de reglas bien establecidas. La realidad es que nos necesitamos ambos, por lo que la única salida es hallar los puntos armónicos.
Ahora bien, el gobierno del país vecino debió referirse a los ataques o agresiones a las legaciones diplomáticas dominicanas en diferentes puntos de Haití. Es bueno que lo haga para despejar dudas respecto a que el Estado no patrocina estos hechos. Esa violencia contra intereses haitianos jamás ha sucedido aquí. Sabemos que hay mucha información distorsionada que ha sido utilizada por grupos que sacan provecho de todo esto, tanto en República Dominicana como en Haití.
A lo que debemos aspirar es a una armonización entre ambos pueblos, reconociendo nuestras diferencias culturales, sociales, económicas y hasta políticas. Jamás debemos renunciar al interés común de vivir en paz, aprovechando nuestro potencial como un mercado que en conjunto sumamos más de 20 millones de consumidores.
Echar a un lado cualquier elemento disociador y juntar los que dan armonía debería ser el principal objetivo de las autoridades de ambos países. Si bien nuestra historia tiene episodios amargos, el presente y el futuro no pueden estar amarrados al resentimiento del pasado.