“A nadie le faltan fuerzas; lo que a muchísimos les falta es voluntad”
-Víctor Hugo.
La diferencia en la productividad de los factores entre las economías avanzadas y las emergentes o de escaso desarrollo relativo está abundantemente documentada en las entregas estadísticas de las organizaciones mundiales especializadas. El distanciamiento es mayor a nivel regional y subregional y las perspectivas, comprobadas en estudios serios, es que sea mayor en la próxima década.
Por tanto, en lugar de gastar miles de millones de pesos en objetivos difusos que emanan de las efímeras formulaciones de “estrategias de promoción de las tecnologías e innovación” o de “competitividad sistémica”, deberíamos pensar en objetivos de desarrollo puntuales incorporando las herramientas de apoyo de las que se dispone.
Ciertamente, tenemos décadas acostumbrados a los enfoques pretendidamente integrales del desarrollo y modernización de la economía dominicana, pero los resultados siguen siendo magros, parciales, defectuosamente medidos y perforados por las legítimas sospechas de la falta de evidencias de resultados con impactos reales en la competitividad y el bienestar.
Por otro lado, la falta de continuidad de las políticas en un país donde cada gobierno de turno siempre busca poner su sello personal en perjuicio de cuantiosas inversiones previas financiadas con recursos externos o con enormes déficits presupuestarios, hace un daño terrible a la credibilidad país, además de que habla de una débil madurez institucional.
Así las cosas, los cuerpos técnicos del gobierno, los especialistas en materia de desarrollo o las instituciones donde ellos se alojan, públicas y privadas, teniendo como centro a un Estado emprendedor y visionario, deberían centrar sus esfuerzos en delimitar sabiamente cuáles son realmente los elementos que, en una economía de servicios como la dominicana, aportan o inciden en el mejoramiento de la productividad de la economía.
Desde estas páginas hemos insistido en que uno de los componentes técnico-institucionales que pudiera incidir muy positivamente en el cierre de las brechas de productividad, es la defectuosamente comprendida y peor asimilada infraestructura de la calidad (IC, Ley 166-12 de julio de 2012). Para nosotros este engranaje, concebido atendiendo a las mejores experiencias extranjeras, es un elemento central para una economía como la dominicana, relativamente rica en recursos y con una ubicación estratégica envidiable.
Con más razón cuando sabemos que la intención declarada es orientarnos al comercio internacional, diversificar la canasta de bienes transables, elevar los niveles de procesamiento in situ de nuestras materias primas, impactar los procesos innovadores, preservar, fortalecer la presencia de nuestras empresas en los nichos conquistados en mercados reglados y mejorar el acervo de recursos humanos calificados apuntando al logro de una educación de excelencia que de hecho detestan los sistemas productivos de competitividad espuria.
Si bien el multilateralismo tiende a debilitarse, nada de lo anterior es posible sin el concurso de una IC reconocida, por lo menos al nivel regional. En el juego del comercio internacional las exigencias de normas, cumplimiento creíble de reglamentos técnicos que responden a los objetivos legítimos del Estado, certificaciones emanadas de entidades acreditadas, participación en acuerdos de reconocimiento mutuo multilateral, mediciones trazables al sistema internacional de unidades y asistencia altamente calificada para cumplir las normas sanitarias y fitosanitarias, no pueden evadirse ni ignorarse.
Hacerlo significaría no tomar en cuenta el hecho de que la mejora de la productividad total de los factores es en gran medida el principal foco de mejoramiento de la competitividad de un país. En ese inevitable esfuerzo la IC no solo es indispensable, sino a todas luces inevitable. Resistirse a lo inevitable es permanecer en la vulnerable y peligrosa estrategia del avestruz, majestuosa ave que esconde la cabeza ante el peligro inminente (una necesidad perentoria de desarrollo silenciada, no es una necesidad satisfecha).