Todo hecho y decisión deben ser ponderados en su contexto. España, la primera potencia europea que colonizó la isla que hoy comparten República Dominicana y Haití, estaba en una encrucijada cuando, en la segunda mitad del siglo XVII, firmó tratados de paz con Francia para superar sus diferencias territoriales en Europa en América.
Nimega (1678) y Ryswick (1697), acuerdos con los que España acepta que ciertamente hay dos colonias en la isla, y luego Aranjuez (1777), que fijó los límites, y Basilea (1795), que en cierto modo no se concretó, son los primeros hechos que marcan la historia jurídica entre los habitantes de la Española. Haití logra su independencia de Francia en 1804 tras una guerra iniciada en 1791 y en 1822, tras el fallido proyecto de país de José Núñez de Cáceres (1821), los haitianos ocupan la parte Este por 22 años.
Cuando se proclama el nacimiento de República Dominicana, en 1844, fueron necesarios otros 12 años de luchas y batallas para “convencer” a los haitianos de que el lado Este de la isla se había convertido en un país independiente.
La definición de la frontera definitiva siempre fue un tema de preocupación y fricción entre ambos países. Hubo muchas reuniones hasta que en 1929 se firmó el tratado que, por fin, se trazó la línea que marca donde comienza y termina la soberanía de ambos Estados. El contexto de aquel entonces también lleva a entender por qué Horacio Vásquez aceptó entregar a Haití más de 6,000 kilómetros cuadrados que, aunque tenían muchos años ocupados por los haitianos, pertenecían a República Dominicana.
Lo cierto es que las relaciones entre República Dominicana y Haití han sido turbulentas. Ha habido un sentimiento subterráneo marcado por los complejos de inferioridad y superioridad en ambos casos. Haití trató de dominar la isla por completo, intentando modificar la historia y mostrar su actitud con vocación de imperio, lo cual había sido heredado de su madre patria, Francia. De hecho, cuando Haití declara su independencia, sus héroes pensaron en gestionar el Estado como un imperio.
Del lado dominicano no se pueden exculpar a quienes han visto a Haití como una nación sólo con capacidad para suplir la mano de obra barata que necesita nuestro país para impulsar su economía. En todo esto, no se pueden dejar fuera del debate a quienes aprovechan cualquier situación para sacar provecho. Quienes más sufren, al final, son los ciudadanos de ambos países que sólo quieren mantener y fortalecer sus relaciones comerciales y culturales.
El nuevo capítulo, ahora protagonizado por la insensatez de construir un canal para sacar agua unilateralmente de un río binacional, no parece fácil.