Hace unos días sostuve una amena conversación con un ex compañero de la universidad quien, desde su lógica construida en el mundo del seguro, trataba de explicarme la conveniencia colectiva que existía en la ocurrencia de fenómenos de la naturaleza, como las tormentas Fred y Grace, para los fines de, con posterioridad a la ocurrencia de desastres, lograr una rápida reactivación de la economía. Sus argumentos me parecieron valederos, sobre todo partiendo del supuesto retorno de recursos que habría, vía los reaseguros internacionales.
La hipótesis planteada por el ex compañero de marras, nos hizo remontarnos a la teoría de Thomas Malthus, economista británico del siglo XVIII, quien se hizo famoso por afirmar que “mientras la población humana crece con progresión geométrica, la capacidad de aprovechar los recursos del planeta crece al ritmo de una progresión aritmética” generándose, entonces, un desbalance que provocaría un colapso y catástrofes sin precedentes.
En ese punto, Malthus entendía que los fenómenos de la naturaleza, y otros como las epidemias, el hambre, el aborto y las guerras, y las consecuentes muertes y penurias, vendrían a generar un equilibrio entre el crecimiento poblacional y el aumento de la producción. La visión pesimista de este economista, ha sido históricamente criticada, endilgándole incapacidad de ver el rol que jugaría, posteriormente, la ciencia y la tecnología para controlar ambas variables.
Guardando la distancia entre ambos enfoques, ya que existe un contraste profundo entre una hipótesis basada en un interés personal, y una teoría que nace del estudio y la observación del comportamiento de la economía, no caben dudas de que hay un elemento en común, y es el rol de la naturaleza para generar cambios que, a su vez, pueden conducir a acciones positivas, vistas desde el punto de vista del incremento en la inversión que se generaría –o se ha generado, según algunos supuestos-, o al logro de un equilibro potencialmente favorable para población y la economía.
Sin embargo, detrás de todo lo planteado anteriormente, sería interesante determinar cuál debería ser el nivel de catástrofe necesaria para inducir, posteriormente, una reactivación mediante un aumento de la inversión pública, y también a través de los recursos que pagarían las empresas internacionales que son reaseguradoras. Y cuántas muertes podría soportar el modelo, o cuánto aumento de pobreza, post fenómeno, sería necesaria?
Otra pregunta que se torna interesante es si esta nueva inversión, con posterioridad al fenómeno, generaría un crecimiento económico suficiente como para mitigar la expansión de la pobreza, y para ocultar rápidamente la catástrofe ocurrida, ya que en el caso de los que murieron por el fenómeno, nada se puede hacer.
Sin deseos de ser incisivo, muchas de las hipótesis y/o teorías que se construyen, y que no responden a un modelo riguroso, elaborado a partir de variables explicativas que le den justificación a los razonamientos planteados, provienen de una visión sesgada de la realidad, o tal vez responden, más bien, a intereses particulares que buscan una extrapolación colectiva como coartada.
Finalmente, entendemos que la hipótesis de mi ex compañero, al igual que la teoría de Malthus, perdieron de vista que los humanos iban a provocar, con sus acciones irresponsables, su propia autodestrucción, a partir de generar el calentamiento del planeta, en donde no habrá forma que inversión alguna lo revoque, y mucho menos que se logre un equilibrio entre población y producción, porque la segunda acabó con la primera, y la primera, no hizo nada para impedirlo.