[dropcap]H[/dropcap]ace cinco años que nuestra Carta Magna fue sometida a una reforma profunda y considerada perfecta. Ahora nos dimos cuenta que no fue así. De nada valieron las sesiones de consulta, recepción de propuestas ciudadanas, ni las vistas públicas.
Hay mucho de cierto en que un período de cuatro años no es suficiente para que una administración de gobierno implemente políticas que trasformen una sociedad, más en la nuestra en que cargamos con una deuda social histórica.
Lo lamentable de este proceso es que la reforma constitucional sólo se haya enfocado en modificar un artículo, el 124, para permitir que el presidente Danilo Medina, cuyas mediciones de popularidad y aceptación lo ubican en niveles sorprendentes, pueda postularse una vez más a la primera posición del Estado.
La discusión no es si está bien o mal que el Presidente se postule nuevamente. Lo chocante es que cinco años después sea el mismo partido que promovió la última reforma que ahora esté haciendo lo mismo, “porque no se puede prescindir de un Presidente tan bueno”.
La efectividad de Medina no está en discusión. La prisa del Poder Ejecutivo en promulgar la ley que declara la “necesidad de la reforma” fue sorprendente.
Ahora bien, ¿Por qué no aprovechar esta oportunidad histórica para incluir en esta reforma aspectos más democráticos en la participación ciudadana? Bajar la edad para aspirar a cargos al Congreso o al municipio; reconformar al Consejo Nacional de la Magistratura, a fin de que tenga la potestad de seleccionar al Procurador General de la República y que el Poder Judicial sea ejercido por verdaderos representantes judiciales sin relación directa con los partidos.
Lo lamentable de esta reforma es la forma. No se sabe si tendrá algún costo económico para el país, pero de lo que sí estoy seguro es del enorme costo moral que tendrá en nuestro sistema democrático. ¡A ver qué sucede!